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Boca se quedó sin la septima Libertadores

El golpe es un mazazo en la nuca, el dolor más grande en mucho tiempo. Por la ilusión generada, por la inigualable movilización, por la confianza en ese destino que parecía escrito pero que estaba en borrador.Fue un comentario de vestuario tras el final del partido donde el equipo argentino no pudo conseguir la septima copa Libertadores de America.

Es justo darle las gracias en general a un grupo que batalló más de dos horas para cambiar la historia en un esfuerzo tremendo, peleando a veces con una espadita/escarbadientes de plástico contra un poder mayor. Boca no se entregó jamás, fue y acorraló hasta el último minuto a Fluminense en una final llena de drama, cambiante, que daba para caminar por las paredes. Pero otra vez estamos con las manos vacías y hay que volver a empezar de cero. O de menos diez.

Todos creímos que esta vez iba a ser la Boca Libertadores. Y fue la Sopa Libertadores: otra vez sopa. Tal vez creímos demasiado, buscando sietes en todos lados, confiando en las coincidencias, y nos rompieron el siete. Tiene sentido: apuntalamos nuestros sueños desde una mirada esotérica mientras la realidad nos devolvía en el espejo empates y penales milagrosos. No mucho más. ¿Tenía sentido creer tanto? ¿Estábamos (estamos) tan necesitados de una alegría que la buscábamos en los lugares equivocados?

A este equipo hay que reconocerle, como tal, haberse sobrepuesto a la desventaja enorme del primer tiempo, mucho mayor que un gol. Fluminense le pegó a Boca, en esos primeros 45 minutos, un baile inolvidable enrostrándole toda la técnica de sus talentos (Ganso, André, Keno) y la movilidad indescifrable de todos, que hicieron parecer amateur al equipo de Almirón, que la veía pasar. Entre viernes y sábado, un analista de nuestro equipo de periodistas como Pato Burlone anticipó en dos notas que recomiendo leer cómo iba a ser el partido, qué virtudes tiene Fluminense, de qué había que cuidarse. No le haría nada mal al técnico contratar sus servicios o cuanto menos leerlo de vez en cuando para aprender.

Boca lo equilibró un rato en el segundo tiempo con los huevos y el empuje del Equi, con las corridas de atleta de Advíncula, con los anticipos precisos de Figal y a pesar de un Barco que andaba a la deriva por la cancha, que trotaba indolente o con dolor, vaya uno a saber (el Colo, un pibito con un futuro enorme, fue una desilusión grande como el Maracaná). El zurdazo extraordinario del peruano fue la última ilusión. Duró hasta el final de los 90, empezó a borronearse con el golazo de Kennedy y terminó de apagarse con la estupidez inentendible de Fabra, que merece ya mismo el destierro inapelable. El colombiano se cagó en todos. En sus compañeros y en los hinchas. En el pibito que se hizo viral por haber rifado la Play, en el viejo de Figal que por primera vez salía del país, en los que dormían en sus autos porque no tenían cómo pagar el hotel, en los que viajaron 40 horas de ida en micro (y quedan las 40 de vuelta) en una travesía guiada por el amor a los colores. No es la primera vez que se borra el lateral. «Es nuestro Marcelo», decía Román hace poco, cuando los jugadores del Flu lo visitaron en el predio de Ezeiza. Sí, un Marcelo tercermundista en todo caso, a cinco Champions con el Real Madrid de distancia, un irresponsable que jamás pensó en el esfuerzo de todos.

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